Linda
Lovelace no era tan linda como Amanda Seyfried, ni ésta la interpreta por
seguir explotando la faceta de rollergirl heredada de Heather Graham --pero
mejor no empecemos con la influencia inesquivable de Boogie Nights aquí o en
American Hustle, también de 2013-- que (des)viste su persona
cinematográfica: ambas cuestiones resultan de lo más triviales al cabo de este
recorrido a través del lado verdaderamente oscuro de la industria pornográfica
floreciente en los setentas, producido por la misma Seyfried y Peter Sarsgaard,
quien se encarga del ingrato rol de Chuck Traynor. Anticipando un poco a lacras
como Paul Snider (el asesino de Dorothy Stratten, encarnado por Eric Roberts en
Star 80), Traynor sedujo a la joven Lovelace y, ya casados, abusó de ella
física, mental y emocionalmente, prostituyéndola e incitándola a incursionar en
las hasta entonces radicalmente marginales blue movies con el objetivo de
saldar sus cuantiosas deudas. Entonces, prácticamente con un revólver empuñado
por su marido apuntándole a la sien, Linda Lovelace se convirtió de la noche a
la mañana en una estrella de la pornografía socialmente legitimada, la primera
diva de la liberación sexual en unos Estados Unidos por la hipocresía y el
relativismo moral. Esta película aprueba, si no holgadamente, en su descripción
matizada de ese mundo descarnado y criminal, sobresaliendo en el retrato
humanizante de su protagonista, una Seyfried que acierta en cada nota dramática
exigida, y a quien asisten harto solventemente Sarsgaard y unos conmovedores
Robert Patrick y Sharon Stone como sus padres. Lovelace es una ilustración
sobria y una denuncia retrospectiva, y una película claramente superior a
aquella Deep Throat que acaso redimía en un parpadeo la presencia de Carol Connors (la
mami de Thora Birch)…, pero esto último es la suma trivialidad. 3.5/5
martes, 6 de enero de 2015
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