sábado, 29 de diciembre de 2012

Man on Fire (2004)


El recordado Tony Scott realiza este celebrado thriller, protagonizado por Denzel Washington --sensacional-- como Creasy, un ex agente paramilitar consumido por la culpa y en desesperada busca de redención. La cual parece encontrar en México, cuando, a través de su mejor amigo (Chris Walken), consigue trabajo de guardaespaldas en la ciudad con mayor índice de secuestros en Latinoamérica. Entonces se desarrollará una conmovedora historia de amor, cuya otra mitad interpreta la pequeña Dakota Fanning, una actriz impresionante. Infinidad de planos y edición espectacular, al mejor estilo Scott, cubren a ambas estrellas, quienes, además de Walken, son casi innecesariamente apañados por Rhada Mitchell y Mickey Rourke.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Salem’s Lot (TV) (1979)


Casi en los antípodas de las tramas perplejas y los temas complejos de obras tan notables como Carrie o The Shining, la miniserie que motiva este artículo es (al menos en el ecran) un Stephen King profundamente cristiano, cuya transfiguración genérica del conflicto entre el Bien y el Mal no podía haber sido más transparente luego de resueltos los enigmas básicos del argumento. James Mason interpreta a un siniestro anticuario que llega a hospedarse en la casa embrujada de un pueblo donde aparentemente nunca pasa nada. El por entonces popularísimo David “Hutch” Soul es el novelista nativo de retorno, también atraído por la infame residencia. Además, el patético Wilmer de The Maltese Falcon, Elisha Cook, se reúne con su compañera de The Killing, Marie Windsor, en otro oportuno (presagiador) emparejamiento; la escena que comparten se puede apreciar en la edición en DVD de la versión más completa de la adaptación. Se trata de un producto televisivo que cuenta con cierto respetable culto, y en el que destaca, aparte de la presencia literalmente diabólica de Reggie Nalder como el ultrahorrendo nosferatu de la función, una decente banda musical compuesta por Harry Sukman. Dirige con reconocible estilo el singular realizador de la sumamente perturbadora Texas Chain Saw Massacre (y, oficialmente, muy dudoso orquestador de la spielbergiana Poltergeist), Tobe Hooper.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Frankenweenie (2012)

Sparky según el lápiz de su amigo Tim

La idea original de Tim Burton (sobre el imprescindible Frankenstein de Mary Shelley, por supuesto) acerca de un niño que no puede aceptar la trágica pérdida de su único amigo, un lindo perrito llamado Sparky, y, pues es lo que uno hace en estas circunstancias, lo resucita con la ayuda de una tormenta --al estilo de Colin Clive en las cintas de James Whale--, ya había sido magistralmente desarrollada en una versión anterior. Ambas son valiosas: ahora tenemos un largometraje (casi 60 minutos más) y el 3D y, más importante, la animación como técnica integral del conjunto narrativo; pero eso no significa una forzada obsolescencia de la producción de culto con actores de carne y hueso (incluido el auténtico Sparky) y efectos especiales cautivadoramente menos sofisticados. Este Frankenweenie de hoy es una pieza sumamente tierna y personal --es decir, sin la melaza formal y conceptual que estropea ofertas por otro lado decentes aunque intrínsecamente inferiores como Up (2009), por ejemplo, y con sus raíces bien plantadas en la inolvidable Vincent, título fundamental para entender la estética de Burton como la ética que en verdad es--, que homenajea más minuciosamente los bien delimitados referentes artístico-vitales de su creador, y prolonga una amistad inmortal a través de la sublimación ficcional de una infancia que conoció el miedo pero también, y sobre todo, su elusivo y misterioso encanto. Como dato anecdótico, agregaré que ver una película de Tim Burton sin Johnny Depp (¡!) pero con Winona Ryder (como la poé-tica Elsa Van Helsing, cuya voz, debido al doblaje en español, no pude apreciar) y que recuerda bastante a Edward Scissorhands --música del burtoniano Danny Elfman incluida-- (y otro tanto a Ed Wood, del cual rescata a Martin Landau) alienta las esperanzas de una eventual permanencia en buena forma del director de Alice in Wonderland, …oops (yo habría preferido con mucho “del director de Dark Shadows” como reclamo en el cartel oficial).

sábado, 24 de noviembre de 2012

Del divino Dalí y su tiempo

La edad de oro: Dalí, Buñuel y Lorca, al lado de Moreno Villa y Rubio Sacristán, en Madrid, 1926

Antes de causar que Buñuel perdiera su puesto en el MoMA por una interiormente justificada autoglorificación autobiográfica --es decir, sin justificación plausible--, el excéntrico pintor del artropódico mostacho embadurnado con cera de moscas compartía con el galdosiano macho ibérico metido a poeta de la vanguardista imagen móvil la devoción goyesca al mismo nivel, diríase, que el desprecio juanramoniano (“su burro es una mierda”, le escribieron todavía mentalmente en la Residencia, demasiado brillantes estudiantes infames, al mejor amigo del burrito Platero, y aun otorgaron a éste un rol de honor en el escándalo frustrado de 1929 que llamaron Un chien andalou, título de un poemario buñueliano literal e inédito); y su mutua amistad ambivalente se extendía a su común Federico, el irresistible vértice unificador de un juvenil triunvirato de genios mundiales cuya eventual separación traidora confirmó la amistad entre hombres como cervantina utopía --pero en el inicio las gitanas del Romancero gitano resultaron más preciosas que Preciosa, y Lorca sería repudiado ya no sólo como homosexual por el homofóbico ateo gracias a Dios, ni sólo como amante por el asexuado amador galante de Gala (la modelo menos realista para una Leda y el cisne posible por el surrealista Dalí). Después vino París y el escándalo tan ansiado: L’âge d’or (1930), primera obra maestra de Buñuel, excluyente, visceralmente suya, pese a un guión del cual sobreviven muchachas enmarcadas por ventanas abiertas sobre un destino de jirafas ardientes.

Litografía titulada L'Age d'Or, parte del portafolio daliniano de 1957 dedicado al Quijote

martes, 20 de noviembre de 2012

Enchanted (2007)


Las pretensiones de summa de la imaginería propia a la vez de los cuentos de hadas y de Disney, como de síntesis de la técnica (por un lado la animación clásica, por otro su integración con la acción real) que ha encumbrado al género --desde Snow White hasta Mary Poppins (no por nada Julie Andrews funge aquí de narradora)--, logran resultados parciales aunque muy convincentes en esta cinta, lo primero debido a una dificultad temática bastante comprensible, lo segundo a costa de los lugares comunes que constituyen precisamente la magia de esta parcela de la ficción. Amy Adams, o ese aspecto ingenuo de su personalidad tan visible en películas como Catch Me If You Can, se encuentra como pez en el agua: la princesa campesina, tierna e idealista y con un recóndito potencial de asertividad cuasi feminista, originalmente de tinta y colores pastel, es ella. (Casi lo mismo podría decirse de James Marsden, quien, (irónicamente) como el perfecto prince charming, repite en algún sentido su papel en The Notebook.)

martes, 6 de noviembre de 2012

Tiburoneros (1963)


Luis Alcoriza, el legendario guionista de Buñuel, dirige esta justamente célebre pieza de la cinematografía latinoamericana. Conmovedor retrato costumbrista, vigorosa cinta de aventuras, historia de amor entramada en el aire del mar, Tiburoneros es eso y mucho más: se trata de una reflexión nada intelectual, orgánicamente vital, acerca del destino y de la identidad, de los matices morales y de la individualidad como razón de la existencia. Julio Aldama interpreta inolvidablemente a Aurelio, una suerte de héroe contradictorio, antihéroe admirable o protagonista medularmente humano; un hombre de acción que usa espejuelos (más librescos que los del Jean Reno de Le grand bleu), un bruto (y el parentesco buñuelesco es inescapable) de buen corazón que no puede admitir su afición, tan profunda como el mar lleno de tiburones que asuela, por la joven de dieciocho años --la misma edad de su hija-- (otro motivo buñueliano inevitable) y de origen coreano con quien convive en esa costa tabasqueña que se pega a la piel del espectador como la arena (y evoca, en su poder hipnótico, la realidad centrífuga de títulos tan aparentemente apartados como la coincidentemente asiática Xich lo). La realización evita el melodramatismo pero se adhiere a la espontaneidad artificial de la naturaleza, la fluidez narrativa logra ser concisa sin paradójica sequedad, el teatro de la humanidad usa deliberadamente el silencio y los sonidos y las imágenes, reflejos de lo perplejo, que necesita para transmitir --con terrible ironía-- la crueldad insoportable hacia nuestros hermanos animales y la ternura inesperada de una experiencia genérica que nos une y nos iguala precisamente donde termina la conciencia. Antes, el contraste con la ciudad de México anticipa el final de Simón del desierto. Absolutamente lejos de la falta de imaginación de La caza y otros tantos relatos de inútiles pretensiones y alcances fronterizos, Tiburoneros puede ser fácilmente considerada una de las obras maestras indiscutibles del cine en habla hispana de todos los tiempos.

miércoles, 24 de octubre de 2012

There's Something About Mary (1998)


Es casi un experimento volver a ver esta comedia tan de su tiempo después de tantos años. Como en su momento se podía haber predicho, lo que mejor ha sobrevivido o envejecido de esta pieza inmediatamente “clásica” es su sentimentalismo y su capacidad de identificar al espectador con las desgracias persistentes, a cual más ridículamente cruel, que le acaecen a un gratuitamente desafortunado Ben Stiller (excelente en una de sus más emblemáticas actuaciones). La bella Cameron Diaz es la Mary del título, una chica irresistible porque es/está buena como un pan/mango. Realización, dirección de actores, narración --aunque con casi 130 minutos es quizá un trabajo cómico demasiado largo--, todo confluye armónicamente en el resultado positivo de un humor cuya grosería sentó cátedra y que por suerte ha perdido cualquier impacto escatológico sin estropear su atinada ternura.

jueves, 11 de octubre de 2012

Werewolf of London (1935)

Henry Hull y Warner Oland

Antes de que el obtuso Lon Chaney Jr. se hiciera de un lugar privilegiado entre los monstruos de la Universal gracias a The Wolf Man (1941), el pionero Henry Hull había protagonizado esta inesperadamente efectiva, en algún sentido inclusive mejor versión del universo licantrópico, mero y oscuro antecedente que el espectador sabrá apreciar y reivindicar en su respectivo visionado devolviéndole u otorgándole una valoración que el prisma de los nuevos tiempos acaso posibilita. La historia de un científico que es atacado por cierta criatura de la noche durante una expedición en el exótico Tíbet no es la más original en su planteamiento argumental, pero la dirección ofrece una perspectiva realista --un poco al estilo de Stevenson en Dr. Jekyll & Mr. Hyde-- que, sumada a la sobria interpretación de Hull como el obseso y complicado ser humano que no desaparece completamente bajo un maquillaje confundido con talento histriónico, convierte a esta producción en uno de esos casos en que la nota al pie de página en la enciclopedia era más interesante, si cabe, que el texto principal.

martes, 2 de octubre de 2012

Dead Ringer (1964)


No confundir el singular de este título dirigido por Paul Henreid con alguna proximidad al thriller psicológico de David Cronenberg más allá del horror plural: si Dead Ringers (1988) era Jeremy Irons escribiendo en carne viva su propia persona cinematográfica escindida, la reina de las actrices se hallaba de vuelta, reinventando un juego de espejos que vislumbra radicalmente lo soñado por Brian De Palma en Sisters (1973). Bette Davis es, además, acaso la Brando femenina, y un Karl Malden idéntico a sí mismo se encuentra en el rol preciso, para dar la réplica metódica a esta combinación de Blanche y Stella sublimada por un estilo tan visceral en su academicismo cual el de su compañero de póquer en las noches cavernícolas de Tennessee Williams. Sin embargo, es Peter Lawford quien co-protagoniza los más propios e intensos segundos de ebullición granguiñolesca de este intrigante, aunque finalmente demasiado monótono, plúmbeo, vehículo de lucimiento orquestado con elegancia por André Previn.