Antes de su paupérrima adaptación de la igualmente controvertida novela de Gore Vidal, Myra
Breckinridge (1970), Michael Sarne realizó esta inolvidable producción
en colorido CinemaScope, un espectáculo psicodélico e inasiblemente intimista
acerca de una excéntrica jovencita en su incursión dentro del swingin’ Londres de las galerías de arte
y de los crímenes susurrados off-camera, tan cool como la Petulia (1968) de John Schlesinger o
el Blowup
(1966) de Antonioni. La cautivadora Joanna (Geneviève Waïte) es la protagonista que, en su
promiscuidad sexual y afectiva, tardará en aprender la responsabilidad que
conlleva el estar viva, primero de la generosa mano de un aristócrata
millonario y moribundo (el estupendo Donald Sutherland, cuyo parlamento sobre
la belleza de la existencia continúa emocionándonos profundamente), después a
través de su relación con un don juan de buen corazón pero sumido en asuntos
bastante turbios (el suave Calvin Lockhart,
admirable figura fetiche de Sarne). Como Dustin Hoffman en la contemporánea The
Graduate, la infantiloide heroína respira y se mueve en una pecera
fugitiva, un mundo estilizadamente artificial creado morosa y amorosamente por
el cine, aquí todavía de un modo mucho más consciente y distintamente
metalingüístico que en la modélica comedia dirigida por Mike Nichols. Excelente
fotografía y exóticos escenarios naturales (Marruecos, exactamente) redondean
una obra ocasionalmente musical que sigue siendo nostalgia de la buena. 4/5
viernes, 27 de febrero de 2015
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