viernes, 27 de febrero de 2015

Joanna (1968)


Antes de su paupérrima adaptación de la igualmente controvertida novela de Gore Vidal, Myra Breckinridge (1970), Michael Sarne realizó esta inolvidable producción en colorido CinemaScope, un espectáculo psicodélico e inasiblemente intimista acerca de una excéntrica jovencita en su incursión dentro del swingin’ Londres de las galerías de arte y de los crímenes susurrados off-camera, tan cool como la Petulia (1968) de John Schlesinger o el Blowup (1966) de Antonioni. La cautivadora Joanna (Geneviève Waïte) es la protagonista que, en su promiscuidad sexual y afectiva, tardará en aprender la responsabilidad que conlleva el estar viva, primero de la generosa mano de un aristócrata millonario y moribundo (el estupendo Donald Sutherland, cuyo parlamento sobre la belleza de la existencia continúa emocionándonos profundamente), después a través de su relación con un don juan de buen corazón pero sumido en asuntos bastante turbios (el suave Calvin Lockhart, admirable figura fetiche de Sarne). Como Dustin Hoffman en la contemporánea The Graduate, la infantiloide heroína respira y se mueve en una pecera fugitiva, un mundo estilizadamente artificial creado morosa y amorosamente por el cine, aquí todavía de un modo mucho más consciente y distintamente metalingüístico que en la modélica comedia dirigida por Mike Nichols. Excelente fotografía y exóticos escenarios naturales (Marruecos, exactamente) redondean una obra ocasionalmente musical que sigue siendo nostalgia de la buena. 4/5