"McQuigg" (Meighan), Marie Prevost y "Scarsi" (Wolheim)
Uno de los
primerísimos largometrajes gangsteriles --fue contendora por el Oscar a la
Mejor Película en la entrega original de los premios--, esta producción basada
en una obra teatral es, ocasionalmente, lo suficientemente cinemática para
transmitir la complejidad psicológica y social de su texto sin perder el ritmo
en staccato de su arsenal hasta el día de hoy. Un policía honesto (Thomas
Meighan), casi prefigurando a Dirty Harry más que a Serpico, decide enfrentar a
la ley --así como también mover los hilos del periodismo, tema del realizador
Lewis Milestone en The Front Page (1931)-- para acabar de una vez por todas con el
impune Nick Scarsi (Louis Wolheim, intérprete nada excesivo como el George
Bancroft silente pero cuyos rasgos acaso inspirasen los del Mugsy de Warners),
un criminal capaz de hacer desaparecer cualquier evidencia innegable y toda
oposición que le estorbe en su camino.
El conflicto es tan simple y confuso
como eso, pero, gracias a la dirección de Milestone (quien, aparte, muchos años
después tendría que soportar la explosión del ego de Brando en Mutiny on the
Bounty), alcanza picos de claridad y pureza narrativa, como en la ingeniosa escena
donde Scarsi mata a uno de sus rivales dentro de un restaurante o la menos
espectacular que lo muestra ultimando a un agente del precinto por la espalda,
luego de una electrizante aunque previsible discusión; y cimas de tensión ética
y épica, como en todos los intercambios de Wolheim con su némesis Meighan, que
gracias a los actores se convierten en fuentes de inspiración mítica e
inmediato (aunque inevitable) repertorio de clichés.
De todos modos, The Racket
carece del sentimentalismo que ablandaba pero al mismo tiempo ribeteaba de
fundacional humanidad al Underworld (1927) de Josef von Sternberg. Además, juega la
carta acaso ya por entonces pretendidamente shakespeareana del “gracioso”,
aunque sin la intensidad inoportuna del Howard Hawks de Scarface (también
producida por Howard Hughes) --y eso que nos referimos a dos personajes
reporteriles de lo más estúpidos. Obsérvese la significación que ostenta, con
cierta sutileza que subraya su artificio, la presencia furtiva y ubicua de los
revólveres del hampa en una cinta cuyos intertítulos suelen interrumpir los
parlamentos del elenco, irradiando así un conflicto dramático en busca de su
propia fluidez fotográfica. 3.5/5