miércoles, 11 de marzo de 2015

The Racket (1928)

"McQuigg" (Meighan), Marie Prevost y "Scarsi" (Wolheim)

Uno de los primerísimos largometrajes gangsteriles --fue contendora por el Oscar a la Mejor Película en la entrega original de los premios--, esta producción basada en una obra teatral es, ocasionalmente, lo suficientemente cinemática para transmitir la complejidad psicológica y social de su texto sin perder el ritmo en staccato de su arsenal hasta el día de hoy. Un policía honesto (Thomas Meighan), casi prefigurando a Dirty Harry más que a Serpico, decide enfrentar a la ley --así como también mover los hilos del periodismo, tema del realizador Lewis Milestone en The Front Page (1931)-- para acabar de una vez por todas con el impune Nick Scarsi (Louis Wolheim, intérprete nada excesivo como el George Bancroft silente pero cuyos rasgos acaso inspirasen los del Mugsy de Warners), un criminal capaz de hacer desaparecer cualquier evidencia innegable y toda oposición que le estorbe en su camino. 


El conflicto es tan simple y confuso como eso, pero, gracias a la dirección de Milestone (quien, aparte, muchos años después tendría que soportar la explosión del ego de Brando en Mutiny on the Bounty), alcanza picos de claridad y pureza narrativa, como en la ingeniosa escena donde Scarsi mata a uno de sus rivales dentro de un restaurante o la menos espectacular que lo muestra ultimando a un agente del precinto por la espalda, luego de una electrizante aunque previsible discusión; y cimas de tensión ética y épica, como en todos los intercambios de Wolheim con su némesis Meighan, que gracias a los actores se convierten en fuentes de inspiración mítica e inmediato (aunque inevitable) repertorio de clichés. 


De todos modos, The Racket carece del sentimentalismo que ablandaba pero al mismo tiempo ribeteaba de fundacional humanidad al Underworld (1927) de Josef von Sternberg. Además, juega la carta acaso ya por entonces pretendidamente shakespeareana del “gracioso”, aunque sin la intensidad inoportuna del Howard Hawks de Scarface (también producida por Howard Hughes) --y eso que nos referimos a dos personajes reporteriles de lo más estúpidos. Obsérvese la significación que ostenta, con cierta sutileza que subraya su artificio, la presencia furtiva y ubicua de los revólveres del hampa en una cinta cuyos intertítulos suelen interrumpir los parlamentos del elenco, irradiando así un conflicto dramático en busca de su propia fluidez fotográfica. 3.5/5