jueves, 26 de noviembre de 2015

Breaking Bad (TV) (Primera temporada: 2008)


Walter White es un fracaso. Profesor de química en una secundaria estatal, se ve en la necesidad de trabajar, además, en la caja de un autoservicio donde, más frecuentemente de lo que alguna vez imaginó, lava los neumáticos de la clientela. Nada, o poco, de todo esto sería significativo, si no fuera porque el pasado de Walter fue una promesa brillante que lo ha dejado, a sus 50 años, con un orgullo tan grande como su actual soledad. Cuando se encuentra postrado en el ocasional lavatorio de su oficio vespertino, el insolente estudiante que, unas horas antes, le mostró su desprecio en la escuela es, entre los cientos de habitantes de la ciudad, quien arriba al autoservicio y sorprende en su humillación una prueba de que White no tiene dignidad ni merece respeto. Sin embargo, un día, otro, cualquiera, Walter White defiende a su hijo (que sufre parálisis cerebral) de las burlas de ciertos pandilleros, para estupefacción de su familia. No mucho tiempo después, hace el amor a su dominante mujer de tal forma que ésta no puede reconocerlo. Algo ha cambiado. Algo que no sólo ha hecho de White un hombre diferente de su mediocridad característica, sino que también lo ha enfrentado con los límites de la existencia. Decir que se trata de un incurable cáncer pulmonar ante cuyo descubrimiento nuestro protagonista, que nunca ha fumado, reacciona poniendo su ahora desempolvado genio para las ciencias al servicio de un flamante y millonario negocio de narcóticos --la producción de la más pura y cristalina metanfetamina--, sería confundir la humana transparencia de Breaking Bad con el más oportunista simplismo.



Por eso mismo, mezquinarle a Bryan Cranston la responsabilidad individual del clamor unánime que ha recibido a esta serie televisiva sería poco menos que necio. Su retrato, visceral e inteligente, del atormentado Walt es, a todas luces y en la oscuridad, eléctrico, pero también huraño a los calificativos, inasible en una frase con pretensiones nocturnas. (¿Qué frase de encomio le haría justicia, por ejemplo, al revelador momento en que explota el auto de aquel insufrible yuppie, feliz víctima de un vengador no tan anónimo de tantos televidentes frustrados por la miserable cotidianidad?) A Cranston se debe la posición canónica de esta creación que ha transformado nuestra cultura, privilegiando la televisión sobre el cine, abriendo las cátedras universitarias a los estudios acerca de Joyce en Albuquerque, New Mexico. Por otra parte, los guiones y la dirección de la serie en esta inicial transmisión alardean, aun, de una originalidad apta y un taimado sentido del suspenso y la acción vertiginosa, en fin, de unos mecanismos narrativos y dramáticos holgadamente apropiados en su enmarcado de la interioridad provista por Cranston/White, la verdadera ancla del show --insistimos. Edición, fotografía y soundtrack, los elementos centrales de la realización aparte de las actuaciones (Aaron Paul como Jesse Pinkman, Anna Gunn como Skyler, Dean Norris como Hank, Betsy Brandt como Marie y RJ Mitte como Walter Jr. proveen la contraparte, no siempre moral, del antihéroe), llevan a cabo una ficción henchida de consciencia moral, aficionada a la comedia de enredos (o errores), e imbuida en insoslayable ironía trágica. Breaking Bad, en sus siete episodios inaugurales, posee una corrosiva energía que deprime hasta la irrupción certera del amanecer que todo lo baña, inventando rasgos inéditos de esperanza, ahí donde se supone que no existe más que la muerte. Recuerden si no el ácido en la tina... 4/5

domingo, 1 de noviembre de 2015

On a Clear Day You Can See Forever (1970)


Este musical dirigido por el maestro Vincente Minnelli no pertenece al cuerpo de sus grandes obras, pero es una bastante sólida producción, entre cuyas virtudes se cuenta un selecto decorado (la azotea del edificio de Pan Am en Manhattan, por ejemplo) y una exquisita fotografía (a cargo del siempre genial Harry Stradling), además de, como no podía ser de otra manera, el talento sin par y el encanto arrollador de Barbra Streisand, quien con su sola presencia se hace de toda la función. El argumento (basado en una pieza escrita para Broadway en 1965 por el guionista, Alan Jay Lerner) atiende un previsible romance en una situación insospechada: un hipnotista profesional (interpretado sin mayor interés por el usualmente extraordinario Yves Montand) se involucra con una bohemia muchacha neoyorkina (Streisand) que, aparte de poseer la capacidad de hacer crecer geranios con sólo hablarles o saber puntualmente cuándo va a timbrar un teléfono, resulta la supuesta reencarnación de una mujer ejecutada por alta traición en la Inglaterra de 1814. Filmada en la primera mitad de 1969, entre Easy Rider (1969) y Five Easy Pieces (1970), la película muestra a Jack Nicholson como el millonario ex hermanastro de la protagonista, aunque la mayor parte de sus escenas (una sorprendente canción incluida, arreglada, igual que el resto del soundtrack, por Nelson Riddle) terminaron en el piso de la sala de montaje; su inicial aparición tocando un conspicuo sitar promete, por eso, un sentido que el tono conservador y académico de la cinta --que se cree a sí misma tan rozagante como las fantasías psicológicas o regresiones mentales de Streisand-- jamás permite materializar. 3/5