miércoles, 16 de febrero de 2011

Billy the Kid (1941)


La fotografía de tonos ocre-rojizos y violados de esta temprana versión de la leyenda de Billy el Niño fue nominada a un Premio de la Academia, pero es el ojiazul Robert Taylor lo que convierte a este remake de una película de 1930 en un espectáculo digno de atención. Enfundado en negrísimo traje cual villano de su propia historia, evidentemente es Taylor uno de los --digámoslo sin pudor-- cinco o tres pistoleros más apuestos que el Oeste americano ha visto jamás (al menos el de celuloide). Por si eso no bastase, la estrella se revela como un intérprete capaz de sugerir los demonios que acechaban tras la conducta de un gatillo alegre y certero como pocos. En esta oportunidad, el Niño se enfrenta a un Pat Garrett disfrazado con otro nombre (Brian Donlevy), y lleva consigo a su trovador amigo Pedro (Frank Puglia), innegable precursor del Alias/Bob Dylan de Pat Garrett and Billy the Kid (Sam Peckinpah, 1973). No podemos cerrar la nota sin destacar a Ian Hunter en su papel de ranchero justo y pacifista, una figura nítidamente paterna y conmovedora en su relación con el huérfano proscrito.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Rumble Fish (1983)


Inmediatamente después de su romántica versión, con mucho del estilo de Nicholas Ray, de The Outsiders (1983), Francis Coppola emprendió la filmación de la que se convertiría en una de sus incontestables obras maestras, también basada en un libro de la novelista S. E. Hinton sobre delincuentes juveniles. La ley de la calle (su título en Perú y España) es el resultado de la perfecta identificación del realizador de El Padrino no solamente con una forma de hacer cine ajena a las convenciones de Hollywood, sino también con la educación sentimental de unos personajes que tal vez constituyen el reflejo más personal de su identidad artística.

Ecos del Expresionismo alemán se combinan con una sincopada banda sonora en una hipnótica experiencia que, aun sólo considerando lo puramente sensorial, tiene un significado revolucionario. Protagonizada por un Mickey Rourke simplemente portentoso, cuyo mítico papel evoca el genio y figura de Brando o Steve McQueen a través del gesto más efímero y el silencio más elocuente, la cinta de Coppola es un poema decadente, abstracto, crepuscular. Detrás de la forma brillante se ampara una sensibilidad privilegiada en un mundo inhóspito y demente --por supuesto, el mismo que era un escenario de pesadilla en Apocalypse Now.