Metafísico policial negro, impenetrable alegoría de un
submundo de la castellanidad, lírica visión de la muerte: los más sublimes
actores de sus respectivas generaciones, Fernando Rey y Eusebio Poncela interpretan,
naturalmente, a padre e hijo: éste es un policía desconcertante, a veces tierno
como un niño inocente, otras tan brutal como para echar a
patadas a su propia madre de la comisaría que dirige; aquél es un ruinoso arcángel
de la muerte, especialista en el inevitablemente siniestro (por misterioso,
secreto) manejo de venenos de serpiente para que sus numerosos clientes tomen
un atajo hacia el otro mundo… Ambos están relacionados con prostitutas (el
policía nació de una, en plena acera; su padre era un golfo que se acostaba con
todas, incluida la madama, futura abuela de aquél) y con la ambigüedad de
fenómenos como el fuego (cuando niño, el infantil policía intentó quemar vivo a
su padre) y la locura (representada en la madre, en la figura alucinada del Culebrero, en la misma estructura onírica del relato), mientras el Requiem de
Mozart se desplaza desde un maldito fantasma paterno hasta un parricida
frustrado en busca de consuelo. 3.5/5
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