Metafísico policial negro, impenetrable alegoría de un
submundo de la castellanidad, lírica visión de la muerte: los más sublimes
actores de sus respectivas generaciones, Fernando Rey y Eusebio Poncela interpretan,
naturalmente, a padre e hijo: éste es un policía desconcertante, a veces tierno
como un niño inocente, otras tan brutal como para echar a
patadas a su propia madre de la comisaría que dirige; aquél es un ruinoso arcángel
de la muerte, especialista en el inevitablemente siniestro (por misterioso,
secreto) manejo de venenos de serpiente para que sus numerosos clientes tomen
un atajo hacia el otro mundo… Ambos están relacionados con prostitutas (el
policía nació de una, en plena acera; su padre era un golfo que se acostaba con
todas, incluida la madama, futura abuela de aquél) y con la ambigüedad de
fenómenos como el fuego (cuando niño, el infantil policía intentó quemar vivo a
su padre) y la locura (representada en la madre, en la figura alucinada del Culebrero, en la misma estructura onírica del relato), mientras el Requiem de
Mozart se desplaza desde un maldito fantasma paterno hasta un parricida
frustrado en busca de consuelo. 3.5/5
lunes, 26 de enero de 2015
martes, 6 de enero de 2015
Lovelace (2013)
Linda
Lovelace no era tan linda como Amanda Seyfried, ni ésta la interpreta por
seguir explotando la faceta de rollergirl heredada de Heather Graham --pero
mejor no empecemos con la influencia inesquivable de Boogie Nights aquí o en
American Hustle, también de 2013-- que (des)viste su persona
cinematográfica: ambas cuestiones resultan de lo más triviales al cabo de este
recorrido a través del lado verdaderamente oscuro de la industria pornográfica
floreciente en los setentas, producido por la misma Seyfried y Peter Sarsgaard,
quien se encarga del ingrato rol de Chuck Traynor. Anticipando un poco a lacras
como Paul Snider (el asesino de Dorothy Stratten, encarnado por Eric Roberts en
Star 80), Traynor sedujo a la joven Lovelace y, ya casados, abusó de ella
física, mental y emocionalmente, prostituyéndola e incitándola a incursionar en
las hasta entonces radicalmente marginales blue movies con el objetivo de
saldar sus cuantiosas deudas. Entonces, prácticamente con un revólver empuñado
por su marido apuntándole a la sien, Linda Lovelace se convirtió de la noche a
la mañana en una estrella de la pornografía socialmente legitimada, la primera
diva de la liberación sexual en unos Estados Unidos por la hipocresía y el
relativismo moral. Esta película aprueba, si no holgadamente, en su descripción
matizada de ese mundo descarnado y criminal, sobresaliendo en el retrato
humanizante de su protagonista, una Seyfried que acierta en cada nota dramática
exigida, y a quien asisten harto solventemente Sarsgaard y unos conmovedores
Robert Patrick y Sharon Stone como sus padres. Lovelace es una ilustración
sobria y una denuncia retrospectiva, y una película claramente superior a
aquella Deep Throat que acaso redimía en un parpadeo la presencia de Carol Connors (la
mami de Thora Birch)…, pero esto último es la suma trivialidad. 3.5/5
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