Dos científicos se enfrentan en una disparatadamente
fantástica aventura, reminiscente de las maldiciones egipcias y el mito de
Frankenstein: el doctor Almada (Ramón Gay, con su máscara de perpetuo desdén),
un audaz pero finalmente ético intelectual, y el deicida doctor Krupp, alias El
Murciélago, cuyas operaciones clandestinas tienen como objetivo las joyas de un
tesoro milenario. "Competente" matinée de horror que demuestra el nivel de la serie
B (¿o es C?) mexicana, es un divertimento asegurado por la arquetípica línea argumental
(jalada de los pelos y largamente montada sobre un algo divagante flashback
inicial), los delirantes recovecos de la (infantil en sus mejores o más
singulares instantes) geografía escenográfica de cartón piedra --noten el
interior palaciego de la residencia Almada no bien comenzado el metraje,
empero-- y, muy especialmente --entre la oportunamente
ridícula solemnidad inexpresiva del resto de actores, la espantosa momia y el
risible androide incluidos--, la interpretación rebosante de placer lúdico y
teatral diabolismo del buñueliano Luis Aceves Castañeda en el rol de Krupp:
granguiñolesca labor solitaria (si no contamos las mínimas aportaciones de
Arturo Martínez como su desfigurado compinche Tierno ni, por supuesto y sobre
todo, la efectiva presencia de ultratumba con caprichos decadentistas) que
culmina el tono sensacional de una cinta que, por si fuera poco, incluye a una crecidita Rosita Arenas (la niña-mujer de El bruto) como la otra
mitad de un amor eterno y reencarnado al estilo, siguiendo con Karloff, de la
inmortal The Mummy (1932).
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