En el filme que lo lanzó al (super)estrellato internacional, Alain
Delon --el rostro angélico dorado por el sol mediterráneo, el cuerpo delgado y
atlético con los músculos tensos y visibles adaptándose
perpetuamente al momento (al movimiento) placentero y cada vez aún menos
molesto del necesario asesinato-- es Tom Ripley, el pícaro y complejo criminal
soñado por la novelista Patricia Highsmith, en su primera aventura en la
pantalla grande. Dirigida por René Clément, la impredecible ambientación marítima trajo a mi fresca memoria, en este tercer o cuarto visionado, Jaws, esencial film de Spielberg
y libro de Peter Benchley aún por cerrar mientras tipeo estas líneas: el
océano azul como los ojos de bestia depredadora de Ripley/Delon, con el signo
de la muerte negreándolos como a los de un tiburón inconcebible que estuviese
precisamente a bordo, fue
fotografiado por Henri Decaë, uno de los artistas indispensables de la Nouvelle Vague. El futuro samouraï de Jean-Pierre Melville es,
propiamente, una versión masculina demasiado convincente de la femme fatale de
la ficción noir, la sutileza inasible de cuya ambigüedad hemos disfrutado desde
entonces.
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