Henry Hull y Warner Oland
Antes
de que el obtuso Lon Chaney Jr. se hiciera de un lugar
privilegiado entre los monstruos de la Universal gracias a The Wolf Man (1941), el pionero Henry
Hull había protagonizado esta inesperadamente efectiva, en algún sentido inclusive
mejor versión del universo licantrópico, mero y oscuro antecedente que el
espectador sabrá apreciar y reivindicar en su respectivo visionado
devolviéndole u otorgándole una valoración que el prisma de los nuevos tiempos
acaso posibilita. La historia de un científico que es atacado por cierta
criatura de la noche durante una expedición en el exótico Tíbet no es la más
original en su planteamiento argumental, pero la dirección ofrece una perspectiva
realista --un poco al estilo de Stevenson en Dr. Jekyll & Mr. Hyde-- que,
sumada a la sobria interpretación de Hull como el obseso y complicado ser
humano que no desaparece completamente bajo un maquillaje confundido con
talento histriónico, convierte a esta producción en uno de esos casos en que la
nota al pie de página en la enciclopedia era más interesante, si cabe,
que el texto principal.
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