Inmediatamente después de su romántica versión, con mucho del estilo de Nicholas Ray, de The Outsiders (1983), Francis Coppola emprendió la filmación de la que se convertiría en una de sus incontestables obras maestras, también basada en un libro de la novelista S. E. Hinton sobre delincuentes juveniles. La ley de la calle (su título en Perú y España) es el resultado de la perfecta identificación del realizador de El Padrino no solamente con una forma de hacer cine ajena a las convenciones de Hollywood, sino también con la educación sentimental de unos personajes que tal vez constituyen el reflejo más personal de su identidad artística.
Ecos del Expresionismo alemán se combinan con una sincopada banda sonora en una hipnótica experiencia que, aun sólo considerando lo puramente sensorial, tiene un significado revolucionario. Protagonizada por un Mickey Rourke simplemente portentoso, cuyo mítico papel evoca el genio y figura de Brando o Steve McQueen a través del gesto más efímero y el silencio más elocuente, la cinta de Coppola es un poema decadente, abstracto, crepuscular. Detrás de la forma brillante se ampara una sensibilidad privilegiada en un mundo inhóspito y demente --por supuesto, el mismo que era un escenario de pesadilla en Apocalypse Now.
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