La fotografía de tonos ocre-rojizos y violados de esta temprana versión de la leyenda de Billy el Niño fue nominada a un Premio de la Academia, pero es el ojiazul Robert Taylor lo que convierte a este remake de una película de 1930 en un espectáculo digno de atención. Enfundado en negrísimo traje cual villano de su propia historia, evidentemente es Taylor uno de los --digámoslo sin pudor-- cinco o tres pistoleros más apuestos que el Oeste americano ha visto jamás (al menos el de celuloide). Por si eso no bastase, la estrella se revela como un intérprete capaz de sugerir los demonios que acechaban tras la conducta de un gatillo alegre y certero como pocos. En esta oportunidad, el Niño se enfrenta a un Pat Garrett disfrazado con otro nombre (Brian Donlevy), y lleva consigo a su trovador amigo Pedro (Frank Puglia), innegable precursor del Alias/Bob Dylan de Pat Garrett and Billy the Kid (Sam Peckinpah, 1973). No podemos cerrar la nota sin destacar a Ian Hunter en su papel de ranchero justo y pacifista, una figura nítidamente paterna y conmovedora en su relación con el huérfano proscrito.
miércoles, 16 de febrero de 2011
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