Este remake es una ciegamente esforzada pero, innegablemente, mediocre adaptación de la inolvidable historia contada
por Richard Donner en 1976. El nuevo guión, basado en aquél brillantemente
ambiguo pergeñado por David Seltzer, abre la trama --o, más bien, la "explica"-- e intenta profundizar en las
psiques respectivas de sus protagonistas, sin mucha suerte. Con la excepción de ciertas
imágenes que, de algún modo y gracias a los avances en la cinematografía, quizá revitalizan sus perfiles en esta entrega --lo cual es muy dudoso--, el pulso narrativo del director John Moore (siempre "un paso adelante" del espectador desengañado, progresivamente cínico, en su ingenua, insistente voluntad de homenajear momentos intocables con una actitud referencial que casi
logra entrar en la zona abisal, falsamente reverente, aún dominada por Gus Van Sant y su inefable,
desastrosa versión de Psycho) se abre paso a través de los proverbiales eventos
mostrando la inventiva de un hack o ghost writer empleado por el reciclado oportunismo de
20th Century Fox.
Lo mejor --lo menos malo-- de tal película high tech, en los antípodas del
riguroso realismo fantástico de Donner, es la presencia de Mia Farrow, la
mismísima madre del diablo en Rosemary’s Baby (1968), como la niñera llegada del mismo
infierno (interpretada perfectamente por Billie Whitelaw en el film original) --sobre
todo en una insólita, lograda (re)creación de la escena del asesinato de Mrs. Thorn (una solvente
Julia Stiles que tampoco puede reemplazar a Lee Remick en nuestra memoria, pese
a lo extraordinario de la secuencia)--, y, ganancia necesariamente extratextual, la inminente transmisión (a la Bates Motel) de la prometedora miniserie
Damien (2016) por A&E. Liev Shreiber (un jovencísimo Robert Thorn, en contraste con el embajador interpretado por Gregory Peck en 1976) y David Thewlis (llenando los zapatos de David Warner) son otros decentes y frustrados actores en el desigual reparto --esa risible babysitter suicida, por ejemplo--, que (¿lo peor del asunto?, probablemente) incluye
a un pequeño, enigmático Seamus Davey-Fitzpatrick especialmente perjudicado, como semilla de maldad (sobre)natural, por el tono crispado y superficial de una torpe aunque (si acaso) visible producción. Harvey Damien Stephens, el anticristo prototípico, tiene un imperdible cameo en rol periodístico. 2.5/5
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