Recuerdo la curiosa impresión que me causó el poster de esta
sensacional película de Seth MacFarlane en un cine local: un mensaje de
advertencia quería llamar la atención de aquellos padres despistados cuyos
pequeños hijos acaso ya habrían convencido de comprar una entrada doble para
disfrutar de la ternura del protagonista. Lo cierto es que Ted --y su héroe
epónimo--, pese a circunscribirse en el estilo de desparpajo sexual y humor
grosero (incluso gozosamente escatológico) de filmes como la igualmente brillante (aunque menos entrañable) Bridesmaids (2011), se desenvuelve como un imprescindible cuento de
hadas contemporáneo ajeno a la ñoñería y el hueco simplismo estereotipado en
los que tan fácilmente caen (a menudo de buena gana) casi todas las fábulas
contemporáneas, con frecuencia culebrones adictos a la ramplonería de moda que no a la magia de un relato competente. Sin ser convencionalmente perfecta o
totalmente genial, Ted es definitivamente memorable y uno de esos poquísimos
divertimentos que se pueden recomendar inmediata y entusiastamente a cualquiera
con un mínimo de humor genuino, sentimentalismo legítimo e inteligencia humana: el pequeño y felpudo Ted, frecuentemente soez y nostálgico, tiene
la clase que atrae al corazón cinéfilo y sin pretensiones. Además del jocundo
guión, que tan bien aprovecha los referentes de su escenario pop, y del soundtrack afecto a las big bands, destaquemos otra sólida
interpretación de Mark Wahlberg en el rol del afortunado Eliot para ese E.T. ultraposmoderno que es nuestro teddy bear amigo.
domingo, 16 de junio de 2013
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