sábado, 24 de noviembre de 2012

Del divino Dalí y su tiempo

La edad de oro: Dalí, Buñuel y Lorca, al lado de Moreno Villa y Rubio Sacristán, en Madrid, 1926

Antes de causar que Buñuel perdiera su puesto en el MoMA por una interiormente justificada autoglorificación autobiográfica --es decir, sin justificación plausible--, el excéntrico pintor del artropódico mostacho embadurnado con cera de moscas compartía con el galdosiano macho ibérico metido a poeta de la vanguardista imagen móvil la devoción goyesca al mismo nivel, diríase, que el desprecio juanramoniano (“su burro es una mierda”, le escribieron todavía mentalmente en la Residencia, demasiado brillantes estudiantes infames, al mejor amigo del burrito Platero, y aun otorgaron a éste un rol de honor en el escándalo frustrado de 1929 que llamaron Un chien andalou, título de un poemario buñueliano literal e inédito); y su mutua amistad ambivalente se extendía a su común Federico, el irresistible vértice unificador de un juvenil triunvirato de genios mundiales cuya eventual separación traidora confirmó la amistad entre hombres como cervantina utopía --pero en el inicio las gitanas del Romancero gitano resultaron más preciosas que Preciosa, y Lorca sería repudiado ya no sólo como homosexual por el homofóbico ateo gracias a Dios, ni sólo como amante por el asexuado amador galante de Gala (la modelo menos realista para una Leda y el cisne posible por el surrealista Dalí). Después vino París y el escándalo tan ansiado: L’âge d’or (1930), primera obra maestra de Buñuel, excluyente, visceralmente suya, pese a un guión del cual sobreviven muchachas enmarcadas por ventanas abiertas sobre un destino de jirafas ardientes.

Litografía titulada L'Age d'Or, parte del portafolio daliniano de 1957 dedicado al Quijote

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