La edad de oro: Dalí, Buñuel y Lorca, al lado de Moreno Villa y Rubio Sacristán, en Madrid, 1926
Antes
de causar que Buñuel perdiera su puesto en el MoMA por una interiormente
justificada autoglorificación autobiográfica --es decir, sin justificación
plausible--, el excéntrico pintor del artropódico mostacho embadurnado con cera de moscas
compartía con el galdosiano macho ibérico metido a poeta de la vanguardista
imagen móvil la devoción goyesca al mismo nivel, diríase, que el desprecio
juanramoniano (“su burro es una mierda”, le escribieron todavía mentalmente en la Residencia,
demasiado brillantes estudiantes infames, al mejor amigo del burrito Platero, y
aun otorgaron a éste un rol de honor en el escándalo frustrado de 1929 que llamaron Un
chien andalou, título de un poemario buñueliano literal e inédito); y su mutua amistad
ambivalente se extendía a su común Federico, el irresistible vértice unificador
de un juvenil triunvirato de genios mundiales cuya eventual
separación traidora confirmó la amistad entre hombres como cervantina utopía --pero
en el inicio las gitanas del Romancero gitano resultaron más preciosas que
Preciosa, y Lorca sería repudiado ya no sólo como homosexual por el homofóbico
ateo gracias a Dios, ni sólo como amante por el asexuado amador galante de Gala
(la modelo menos realista para una Leda y el cisne posible por el surrealista
Dalí). Después vino París y el escándalo tan ansiado: L’âge d’or (1930), primera obra
maestra de Buñuel, excluyente, visceralmente suya, pese a un guión del cual
sobreviven muchachas enmarcadas por ventanas abiertas sobre un destino de
jirafas ardientes.
Litografía titulada L'Age d'Or, parte del portafolio daliniano de 1957 dedicado al Quijote
No hay comentarios:
Publicar un comentario