El
gran Fernando Rey fue reconocido con el premio al Mejor Actor en el Festival de
Cannes por esta cinta, una ilustración bucólica, crepuscular, con visos de
pesadilla, de una España recogida en los coletazos postreros del Franquismo.
Sin asomarse en absoluto a la poesía lograda espontáneamente por un Víctor
Erice o (ni qué decir) un Buñuel, el irregular Carlos Saura (realizador de la
genial, totalmente excepcional Cría cuervos..., y de la atroz, sobreestimada La
caza) escribe y dirige una pieza de cámara interesante, con un par de actores
en estado de gracia (además de Rey, Geraldine Chaplin), transmitiendo una
sensación desbordante de cronología circular y desdoblamiento de identidades
que agobia el ánimo tanto como lo intriga, envolviéndonos en una bruma
obsesiva, esquizofrénica y cruel cual la vida misma --y el destino que la mira
desde las estrellas, como a una obra de Calderón puesta en
un anfiteatro griego.
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