Hay actores que dan
lo mejor de sí en películas como ésta, cuyo inicio promete, cuyo contenido
posee una cierta tensión dramática, pero que al final pierden el vuelo o la
orientación al apostar por la combinación de elementos que no comulgan entre
sí: frío y calor, tragedia y técnica fatalmente inadecuada. Es el caso de
Aloof…, quiero decir, Aloft: Jennifer Connelly es quizá una de mis actrices
favoritas, uno de esos prodigios de mujer que son al mismo tiempo intérpretes
de una singularidad que siempre es una gozada presenciar. Sin duda, se trata de
una profesional consumada, veterana descubierta por Sergio Leone allá por 1982,
y lo vuelve a demostrar, por enésima vez, en esta cinta. Pero es Cillian Murphy
(quien, por otro lado, ofreció un memorable desempeño en Inception, el thriller borgesiano de
Christopher Nolan) la gran sorpresa: un actor que esperamos ver de nuevo en una
labor tan descarnada como la que, en la medida en que se lo permite la
producción, lleva a cabo aquí. Toda una paradoja, ya que su papel (y, sobre
todo como complemento, el de Connelly) es la cumbre humana de un iceberg
fotográfico, con hallazgos emotivos demasiado convencionales para poder
equilibrar la disputa entre su conflicto natural --incluida la interacción
entre animales y hombres-- y la reconcentrada artificialidad de sus medios. No
es que los fotogramas de Aloft sean bellísimos (aunque el paisaje suele serlo),
ni que posea la pretenciosidad de obras abstractas como (por dar un ejemplo
“clásico”) Persona, pero no termina de decidirse entre la comunicación abierta
de esa relación madre-hijo tan rica en posibilidades y la exploración de
asociaciones equívocas originadas en un montaje suficientemente confuso y una dirección muy
distante del corazón de su asunto. 2/5
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