Entre los enfants terribles de la Nouvelle
Vague, probablemente es Claude Chabrol quien ha llevado la herencia
hitchcockiana hasta sus últimas consecuencias, depurando un estilo personal
radicalmente distinto de, por ejemplo, el americano Brian de Palma (por
nombrar a otro preclaro cineasta con el
ADN del autor de Vertigo como seña conspicua en su DNI creativo). Los thrillers
de Chabrol son una delicia tanto intelectual como sensorial, y éste no es la
excepción: la deliciosa Ludivine Sagnier protagoniza una historia de amor
obsesivo, fatal, inexorable, en medio de un ambiente misógino que resalta su
aislada vulnerabilidad; no obstante lo predecible que pudiera ser la línea
argumental (como en un libro de Philip Roth, encantador novelista famoso de
edad mediana enamora a “chica del tiempo” de la televisión local; pero siempre existe un tercero en discordia…), las frescas y
naturales imágenes ocultan vida y muerte, el ciclo eternamente de vuelta sobre
sí mismo que otorga un suspense más allá de la cinefilia auténtica a la obra
del genial realizador francés de tantos policiales
brillantes.
viernes, 11 de enero de 2013
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