El tiempo también vuela. Richard Pryor era el rey de la
comedia cuando los productores de la saga, pronto de capa caída, lo emplearon como
un desempleado irremediable que, en su desesperación, se encuentra a sí mismo detrás
de una computadora capaz de eliminar al encapotado de Kripton. Christopher
Reeve era imprescindible, cómo no, pero su rango actoral a lo largo de la
década seguiría ampliándose con trabajos tan sobresalientes como su valiente
rol en la formidable Deathtrap (1982) y su colaboración con Morgan Freeman en la
elogiada Street Smart (1987). Esta aventura con pedigrí dirigida mediocremente por
Richard Lester --sobre un mediocre guión de David y Leslie Newman, seamos
justos-- se salva en el último minuto de permanecer relegada en el baúl del
olvido gracias, precisamente, a ambos intérpretes. Los coreográficos y pedestres títulos de
crédito, cuya frustrante realización laxa, cuasi altmanesca
(con perdón del maestro Altman) se extiende al resto del film, confirman muy
temprano que lo mejor ya pasó pero que hay que continuar hasta que al propio
superhéroe se le ocurra la idea del cuarto episodio --algo que en realidad
ocurrió.
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